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Inseguridad alimentaria: riesgo en niños y adolescentes

19/04/2024
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El 75% de los niños y los adolescentes en situación de vulnerabilidad social analizados sufre algún tipo de inseguridad alimentaria, es decir, encuentra dificultades para acceder a alimentos nutricionalmente adecuados para su crecimiento, salud y bienestar. La razón es que gran parte de la población infanto-juvenil no cumple con las recomendaciones de consumo de la Sociedad Española de Nutrición Comunitaria (SENC), adquiriendo hábitos alimentarios que, una vez aprendidos y mantenidos durante la infancia y la adolescencia, son difíciles de cambiar en la edad adulta.

Esta es una de las conclusiones del estudio piloto ‘Vulnerabilidad social como predictor de hambre oculta y adecuación nutricional en población infanto-juvenil en áreas metropolitanas de España’, que han presentado esta mañana el Instituto Universitario CEU Alimentación y Sociedad (IUAyS-CEU) y Fundación MAPFRE en el transcurso de una mesa redonda moderada por Daniel Restrepo, director de Acción Social de Fundación MAPFRE, en el Campus de Montepríncipe de la Universidad.

El objetivo de este estudio, que se ha llevado a cabo en 175 menores en situación de vulnerabilidad social en áreas metropolitanas de España, es investigar qué relación tiene la posibilidad de llevar una dieta nutritiva y adecuada con poder adquisitivo, el nivel de desigualdad o discriminación y el estatus social.

 

3 de cada 10 niños y adolescentes encuestados en situación de vulnerabilidad presentan inseguridad alimentaria

Según el estudio, dentro del total de la muestra, el 29% presenta una situación de inseguridad alimentaria severa. Si se analiza de manera específica la población que presenta algún tipo de inseguridad alimentaria, 1 de cada 4 (27%) reconoce que se ha ido alguna vez a dormir con hambre por falta de comida.

A este respecto, Gregorio Varela Moreiras, director del Instituto Universitario CEU Alimentación y Sociedad, declaraba esta mañana que la inseguridad alimentaria abarca no sólo la falta de recursos económicos para obtener alimentos nutricionalmente adecuados, sino también la incapacidad de acceder a los mismos por no saber cuáles son aquellos con mayor calidad nutricional“La prevalencia de la seguridad alimentaria de los voluntarios participantes evidencia que más de la mitad de la población del estudio se encuentra en algún tipo de riesgo de inseguridad alimentaria. La calidad de la dieta de los niños y adolescentes que han participado necesita cambios urgentes, debido a que se constata el consumo frecuente de alimentos de baja o moderada calidad nutricional, desplazando así el consumo de verduras y hortalizas, frutas, pescado y productos del mar, entre otros, cuya calidad nutricional es alta, siendo esenciales para nuestro organismo”, explica Varela.

Asimismo, el informe revela que más de la mitad (54%) de estos niños y adolescentes en situación de vulnerabilidad y con inseguridad alimentaria ha estado preocupado por la falta de algunos alimentos en su hogar en el último mes. Concretamente, el 47% afirma que, tanto ellos mismos como alguno de los miembros del hogar tuvieron que comer alimentos que realmente no querían, por falta de recursos. Incluso, el 23% ha indicado que tuvo que hacer menos comidas en un día porque no había suficiente comida, y el 11% ha asegurado que pasó un día y una noche enteros sin comer nada porque no había bastantes alimentos.


El porcentaje de niños con obesidad se duplica en los hogares con menos ingresos, respecto a aquellos con más ingresos

La dificultad de acceder a alimentos hace que las carencias nutricionales se comiencen a observar a edades cada vez más tempranas, también en los países desarrollados, con un incremento de formas de malnutrición como el sobrepeso o la obesidad. En este sentido, en España, uno de los países de la Unión Europea donde se da una alta correlación entre la tasa de riesgo de pobreza infantil y de obesidad, el porcentaje de niños con obesidad se duplica en los hogares con menos ingresos (23,7%), en comparación con los que tienen más ingresos (10,5%).

Rosaura Leis, presidenta de la Fundación Española de la Nutrición (FEN), subrayaba la relación entre las altas cifras de sobrepeso y/u obesidad en niños y adolescentes españoles con la pérdida de adherencia a nuestras dietas tradicionales, Mediterránea y Atlántica, en pro de otras dietas ricas en energía, pero de escaso valor nutricional. “La alimentación en los primeros 1.000 días de vida y durante la infancia y adolescencia es fundamental para la prevención de enfermedades y la promoción de la salud a corto, medio y largo plazo. Una de las estrategias prioritarias para luchar contra este “hambre oculta” podría ser la promoción del consumo de nuestra dieta y gastronomía tradicional, ya desde la infancia. Para ello, la escuela y la familia, especialmente los cuidadores “abuelos”, deben jugar un papel fundamental”, apunta Leis.

 

Poca adherencia a la dieta mediterránea

Aunque la dieta mediterránea es uno de los modelos dietéticos más saludables que existen en la actualidad, tan solo el 15% del total de la población infanto-juvenil analizada presenta una adherencia alta a este modelo, presentando un 57% de ellos una adherencia media y un 28% una adherencia baja. De hecho, existe evidencia científica que confirma que, cuanto más alto es el nivel de educación y socioeconómico, mayor es la adherencia a la dieta mediterránea.

Entre los factores que se relacionan con una baja adherencia a la dieta mediterránea en la infancia y adolescencia, se encuentran los individuales (preferencias y aversiones, desconocimiento sobre nutrición o biológicos); los factores colectivos (económicos y sociales); el sedentarismo (videojuegos y televisión) o una baja tasa de actividad física deportiva.

A esto se suma que el consumo de alimentos mediterráneos, como la verdura, la fruta o el pescado ha quedado desplazado por la ingesta excesiva de alimentos como carnes rojas, embutidos, productos azucarados o precocinados, o aperitivos salados.

“Es importante tener en cuenta las graves repercusiones sociales que implica no tener asegurado el derecho a una alimentación saludable y equilibrada. Unas repercusiones que son inmediatas en los grupos de población más frágiles, como es el caso de bebés, niñas, niños y adolescentes, y de madres embarazadas y lactantes. Si una alimentación saludable es necesaria para toda la población, en estas etapas un déficit alimenticio puede condicionar el crecimiento, no solo físico también cognitivo y psicológico. Por ello, hay que apostar por mensajes que promuevan mejores prácticas y una protección social que brinde a las personas con menores recursos el acceso a alimentos nutritivos y les proteja del aumento de los precios. Y hacerlo con sensibilidad, con propuestas integradoras antes que marginales”, concluía Carmen García Cuestas, responsable del programa Infancia, adolescencia y familia, y miembro del equipo de inclusión y del área de acción social de CÁRITAS España.

 

Falta de calcio y consumo excesivo de grasas y ultraprocesados

Se están produciendo cambios de los patrones alimentarios en todo el mundo, y una característica común es que se están sustituyendo los alimentos mínimamente procesados por los alimentos moderadamente, altamente o ultraprocesados.

De hecho, según este estudio preliminar, ninguno de los niños y adolescentes analizados sigue un patrón de dieta saludable: el 70% lleva una dieta que necesita cambios significativos y el 30% restante una poco saludable, un dato que concuerda con la baja adherencia a la dieta mediterránea.

En este sentido, del total de la población analizada, la mitad no consume fruta a diario, una cifra que asciende al 71% en el caso de las verduras; sólo el 57% consume aceite de oliva en casa como principal grasa culinaria, clave en la dieta mediterránea, pero con un precio elevado; el 63% no toma diariamente más de dos raciones de lácteos y el 51% ni siquiera consume una. Tampoco se cumple la ingesta recomendada de pescado y productos del mar, con un 90% de encuestados que no lo incluyen en su menú a diario.

Además, el consumo de hidratos de carbono y de grasa se encuentra por encima de lo estipulado y las ingestas de vitaminas B5, B8, B9, D y E, así como de calcio, magnesio, hierro, yodo y zinc, presentan insuficiencias. Estas deficiencias en micronutrientes esenciales durante la etapa de crecimiento son muy preocupantes, ya que están estrechamente relacionadas con el posible desarrollo de enfermedades de tipo cardiovascular, diabetes u osteoporosis. Resulta muy llamativo y preocupante que, de un total de 26 indicadores de ingesta analizados, en 13 de los mismos no se cumplen las recomendaciones.

Respecto a hábitos menos saludables, destaca que el 33% acude a restaurantes de comida rápida una o más de una vez a la semana y el 25% consume dulces o golosinas varias veces al día. En cuanto a la ingesta de aperitivos y snacks salados, se puede observar que más de la mitad de la población analizada se encuentra por encima de las recomendaciones: el 35% consume estos productos con una frecuencia de 1 o 2 veces a la semana; el 21%, 3 o más veces a la semana, y el 13%, diariamente.

De este estudio piloto no representativo, se deriva claramente la necesidad de más trabajos de investigación dirigidos a grupos vulnerables, una vez hemos conocido el alcance de la inseguridad alimentaria en la muestra de población analizada. Las encuestas y los análisis realizados a partir de este trabajo nos proporcionan inicialmente una valiosa información para establecer nuevas hipótesis que sirvan como guía para desarrollar nuevos planes.

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