Palabras del Secretario de Estado de Educación y Universidades

 

Es para mí un gran honor que se me haya brindado la oportunidad de presidir este Solemne Acto de Inauguración del Curso Académico 2003-2004, en la Universidad San Pablo-CEU.

Todos estamos inmersos en la tarea de educar y desde nuestra experiencia vemos que ha habido en esos tres cuartos de siglo, casi en los últimos diez años de una manera mucho más activa lógicamente, una enorme cimentación de un proyecto educativo al servicio de los valores más nobles, que tiene hoy y goza de una enorme salud, un enorme prestigio y una enorme calidad.

Y eso no es resultado del calendario. Si fuera así, todos lo podríamos alcanzar con naturalidad. Detrás de todos esos logros, detrás de todas esas ambiciones hay no sólo el sueño, hay la vida de tantos esfuerzos, de tantos trabajos, tanta dedicación, tanta ilusión y tanto esfuerzo compartido. Por eso, es un día de gratitud a quienes han hecho posible esta realidad, realidad pujante que es justamente el mejor cimiento para nuevas ambiciones como se han ido relatando en el curso que hoy se inicia.

Por eso mismo, porque es sencillamente la posibilidad de mirar hacia atrás, pero es también de ver la fortaleza de nuestros cimientos justamente para saltar hacia el futuro, y ese es el componente de nuestra inauguración en este día de septiembre de este año en esta universidad.

Naturalmente un curso se inicia y todos los cursos son iguales, pero todos son distintos: se renuevan los actores, las ilusiones, los compañeros, los programas, las promesas, sin duda también las ilusiones y los sacrificios, que es la eterna renovación de la vida de la universidad. Una vida que es y tiene que ser necesariamente de esfuerzo, de trabajo, de dedicación, de la cultura del esfuerzo, que es imprescindible en todas las esferas nobles y en todos los objetivos sustantivos de una vida de la actividad universitaria.

Yo creo que, en ese sentido, justamente este año que es distinto a todos y que se renuevan todos esos sueños, tiene también unos componentes que son singulares. A veces la conformación de la vida administrativa y la política justamente implantan nuevos derroteros y, qué duda cabe, que el objetivo común de esa Europa unida que es, en el ámbito educativo, el espacio europeo de enseñanza superior, es un reto que se nos presenta a todos para mejorar todavía más el sistema educativo, en este caso en nuestro país, en España, pero también y sobre todo, para impulsar un mejor servicio a nuestra comunidad en un mundo que hoy es integrado. Posiblemente, en el primer mundo globalizado fue la universidad.

Sus orígenes medievales no conocían fronteras, personas, razas, ideas, etc. lo único que se compartía era la ciencia, y la universidad en sus orígenes fue globalizada y quería a los mejores maestros, estuvieran allá donde estuvieran, a los mejores profesores, a los mejores alumnos que acudieran a sus aulas, justamente en un proyecto educativo.

Pues bien, ese proyecto que se inició con esa ambición –digamos- global, europea, en su momento, hoy día el espacio europeo de enseñanza superior, es sencillamente el instrumento para impulsar una nueva globalización en el mejor sentido de la palabra, en el sentido de que tenemos que compartir las ambiciones más legítimas, compartir los esfuerzos más nobles en la tarea de construir la Europa en su plenitud y a través de ella o a través, justamente, de la educación.

Y en ese aspecto, la universidad española que tiene hoy un proceso de debate abierto sobre la reforma de elementos institucionales muy importantes de la vida universitaria, y que, desde hace meses, llevamos en el seno del Consejo de Coordinación Universitaria un proceso de debate y reflexión sobre la materialización de esos objetivos compartidos con Europa, que la semana pasada en Berlín se han configurado de una manera clara con cuarenta países europeos, no sólo de la Unión Europea, sino de toda Europa prácticamente. Pues bien, ese es un reto que los universitarios españoles tenemos que activar aquí, con nuestra reflexión, con nuestra crítica, con nuestra aportación y, desde luego, con nuestro esfuerzo.

Muchas veces se ha recordado la célebre frase de Alfonso X El Sabio que decía aquello de que la universidad era el ayuntamiento de profesores y alumnos. Quizá no fuera a la altura de hoy la frase más acertada de su diagnóstico, puesto que en esa reflexión, en esa definición faltan muchos elementos y falta uno que es fundamental: que es la sociedad. Ni los profesores ni los alumnos somos suficientes si no tenemos la exigencia de la sociedad, el apoyo de la sociedad, el respaldo de la sociedad.

La educación es una tarea demasiado importante para dejársela en exclusiva a nadie, todos somos imprescindibles en una tarea colectiva de configurar una sociedad educadora en los más nobles valores que, justamente, es lo difícil de articular en un mundo como el de hoy, en pleno siglo XXI. Pero todos somos imprescindibles en una tarea que es colectiva, porque sólo las tareas comunes tienen la impronta de la nobleza y de la generosidad y de la ambición, para responder al reto de nuestras responsabilidades.

Sin duda, la formación de los jóvenes, la formación a la altura de los desafíos reales que tienen en un mundo globalizado los jóvenes de nuestra sociedad, implica para todos, desde luego para los profesores, para los gestores, para los miembros del personal de administración y servicios, pero también para toda la sociedad, la necesidad de empujar esta actividad, de legitimar todos los esfuerzos de toda la comunidad universitaria en pro de una enseñanza de excelencia, al servicio de los retos reales que tienen que atravesar por la vida de los nuevos jóvenes a la altura del siglo XXI.

Y en este panorama estoy seguro de que esta comunidad universitaria, que tantos ejemplos ha dado de servicio, de sacrificio, de entrega y dedicación como se ha puesto de relieve en tantos ejemplos nominales, y permítanme ustedes que hoy recuerde por razones múltiples a Íñigo Cavero, al que desde mi admiración y mi entrañable recuerdo, que tantas ilusiones puso, como tantos otros, en esta tarea educativa, yo estoy seguro de que ese espacio europeo de enseñanza superior tendrá una vida fecunda al servicio de nuestra sociedad, desde el seno también de la Universidad San Pablo-CEU.

Muchas veces he recordado eso que muchas veces hablamos: el futuro no existe, lo que existe es el trabajo de cada momento, la dedicación de cada instante, el cumplimiento de la responsabilidad en cada momento de nuestra vida y es eso lo que construye el futuro, no sólo nuestros deseos, sino sobre todo –digamos- nuestros compromisos y nuestra dedicación en cada momento de nuestra vida.

Pues bien, yo creo que la construcción de ese futuro saldrá desde aquí vivificada, autentificada, realizada por los propósitos más nobles, por la generosidad más amplia, de servicio y dedicación a la comunidad educativa, a la sociedad, a las familias, desde esta Universidad de San Pablo-CEU que hoy celebra su primer X aniversario de un fecundo futuro que construye cada día con su ejemplo, con su sacrificio y su dedicación.

Enhorabuena y hasta el futuro siempre.

Julio Iglesias de Ussel
Secretario de Estado de Educación y Universidades