Intervención del Gran Canciller

 

Excelentísimo Señor Secretario de Estado de Educación y Universidades,
Magnífico y Excelentísimo Señor Rector,
Ilustrísimo Señor Director General,
Excelentísimos e Ilustrísimos Señores Miembros de los Patronatos de la Universidad San Pablo-CEU y de la Fundación Universitaria San Pablo-CEU, del Consejo Nacional de la Asociación Católica de Propagandistas,
Viceconsejero Nacional de la Asociación Católica de Propagandistas,
Magníficos y Excelentísimos Señores Rectores,
Excelentísimos Señores Vicerrectores, Secretario General, Ilustrísimos Señores Decanos,
Excelentísimo Inspector General de Sanidad Militar,
Excelentísimo Señor ex alcalde de Madrid,
Autoridades, claustro, padres y alumnos.

Permítanme, previamente, dar mi más cordial enhorabuena y no como un mero formalismo o ritual, en primer lugar, al Secretario General por la elaboración y lectura de la memoria, y en especial a todos ustedes porque somos -son- el contenido de la misma. Mi enhorabuena también a mi querido profesor Doctor, Andrés Gutiérrez, que nos ha animado más a los que "no somos de ciencias" a interesarnos por el conocimiento de la matemática. Bellísima lección, Andrés.

Mi enhorabuena, también muy especial, y más viendo que entre ellos tengo grandísimos amigos desde hace muchos años, a los nuevos doctores. Mi felicitación sincera al Rector de esta Universidad por su magnífica alocución y con él, me sumo a sus palabras de agradecimiento, que son también mías.

Un acto de inauguración es para mí un privilegio, el pequeño privilegio que tengo una vez al año, de poder reunirme con el magnífico claustro de esta Universidad, y de año en año, surgen generalmente tres situaciones: en primer lugar, los recuerdos del año que transcurrió; en segundo lugar, los propósitos del año que ha de venir; en tercer lugar, lo que conmemoramos o hemos conmemorado; y por supuesto, la gratitud.

Comencemos con el recuerdo. Ha sido, sin lugar a dudas, un año realmente difícil por diversos motivos, pero he de reconocer que mi sorpresa fue mayor recientemente, cuando en un prestigiosísimo semanario de un diario nacional aparecía una encuesta realizada a jóvenes de la Unión Europea y, confiando en ella y en la sociología, se establecían determinados hábitos o costumbres de los jóvenes que ingresarán en esta Universidad y en otras muchas Universidades de la Comunidad Europea.

No me sorprendieron sus costumbres ni sus hábitos, ni siquiera su mentalidad respecto a las relaciones sexuales ni ante las relaciones con los padres. No me sorprendió que se consumiese más o menos alcohol, más o menos droga o que llegasen a las ocho de la mañana o a las cinco del día después. Nada de eso me sorprendió, pero hubo un dato que me estremeció.

Un número elevadísimo, siguiendo la encuesta, de esos jóvenes españoles, consideraba que el mejor remedio para evitar el embarazo era tomar la píldora del día después.
Y me estremeció porque me hizo pensar en qué clase de sociedad estamos formando cuando el placer o la satisfacción de uno mismo se anteponen incluso a la vida del otro, a la vida del otro. De ahí a que mañana lo que me satisfaga sea abusar de una posición económica o de una situación dominante y me estorbe el otro, el paso es mínimo, y ya no es cualitativo. Es un paso más.

Me impresionó realmente el deterioro de nuestros muchachos. Y me sorprendió también el hecho de que muchos de ellos hayan pasado por colegios de titularidad católica o colegios que, con toda seguridad, no propugnan eso. Y pensaba que esos chicos seguramente no culpables de la situación que tienen, sino imbuidos por el ambiente, son algunos de los que ahora tendrán la oportunidad de poder acudir a aulas como las nuestras.

A partir de ahí se ha hecho más vivo que nunca el llamamiento del Santo Padre a toda la humanidad, con independencia de cualquier creencia que se tenga, para pedir con su voz agotada y frágil, con su enfermedad permanente, con su físico tan distinto del que ahora está de moda, para pedir mientras le quede un hilo de voz, dignidad para la persona y para la vida, para pedir un no rotundo ante la cultura de la muerte.

Y siguiendo con los recuerdos, este año no hemos ganado mucho: sigue la tristísima situación de todo el continente africano como si no nos importase lo más mínimo que las personas que viven allí mueran por la guerra, las enfermedades, el odio, o sencillamente por las pretensiones económicas o de poder entre unos y otros.

Se avivó la gravísima situación que existe entre el mundo occidental y el mundo islámico y que ha tenido indiscutiblemente la cúspide en una guerra, a la que yo siempre me he opuesto siguiendo los criterios del Santo Padre, y considero que nosotros más que nunca debemos acrecentar una verdadera cultura de la paz.

Me di cuenta también de que el terrorismo no solamente no cesa, sino que sigue incrementándose en distintos países del mundo, y una vez más la mentira y la muerte siguen ahí presentes y sin embargo, poco o muy poco, se dice frente a ellas.

A esos recuerdos se han unido otros tristes aconteceres, a veces demagógicamente tratados, porque seguramente las voces firmes y las científicas no se oyen. Así, frente a desastres ecológicos como el del "Prestige" o los múltiples incendios que han asolado nuestra península, para unos existe la demagogia del rito y para otros, el silencio más absoluto.

Son algunos de los muchos sucesos que han pasado durante este año y que me inquietan, y que me atrevo a planteárselos a una comunidad universitaria, al fin y al cabo, al esplendor máximo de la inteligencia de nuestra sociedad, para que piensen en ellos desde la verdad y desde la rectitud.

Recuerdos también son los de las personas que nos han dejado: miembros del claustro y del personal de administración y servicios que ya no están, pero permítaseme, por distintas razones, un especial recuerdo para dos de ellos: un profesor que en mí dejó una huella imborrable, el profesor Iglesias, maestro de los de antaño, cuyas lecciones magistrales a todos nos embelesaban y modelo de lo que ha de ser un profesor universitario. No está ya con nosotros, pero está aquí a través de su hijo, fiel y digno discípulo del mismo.

Y mi entrañable recuerdo al que también fue mi profesor, amigo, maestro, compañero, persona de una lealtad asombrosa, y querido Vicepresidente de esta Universidad, Iñigo Cavero. De él ya hemos dicho todo, pero destaco el recuerdo de su bonhomía, actitud que todos deberíamos imitar.

Hacíamos referencia a los recuerdos, y ahora tocan los propósitos. En todo curso que comienza concebimos numerosos y buenos propósitos. La mayoría de ellos quedan por nuestra falta de voluntad o por otras razones, olvidados. Pero os insisto en uno: en que la rutina no invada vuestras vidas, en que la rutina no invada la relación con ese alumno siempre nuevo, siempre deseoso de conocer lo que tenéis que enseñarle, siempre dispuesto a mantener esa relación sublime entre el verdadero maestro y su discípulo. Es una persona nueva. No dejéis que la rutina de vuestra profesión pueda, en ningún momento, mostrarse en vuestra relación con ellos.

Propósito también el pediros que sigáis en el profundo conocimiento y, ante todo, en el estudio. El estudio es el instrumento esencial de toda comunidad universitaria. Y pedir también como propósito que sigáis reclamando la razón, para decir que el hombre puede aproximarse y alcanzar la verdad y la bondad, porque éstas objetivamente existen y todo hombre puede estar llamado a conocerlas.

Y solicitaros, especialmente en un mundo en el que la justicia se pervierte y en el que el derecho se silencia, que vosotros no calléis.

En un mundo en el que el periodismo ya no es ese conjunto de caballeros que podrían realizar una magnífica labor al servicio de la sociedad, como diría Herrera, sino que se ha convertido en un usar y tirar de los hombres cual vulgar mercancía, sin tener en cuenta su dignidad, yo os pido a vosotros, que no calléis.

En un mundo donde la historia se puede manipular al servicio de los intereses, se puede interpretar desde una ideología previa, yo os pediría a vosotros, claustro de profesores, verdaderos sabios de esta institución, que no calléis.

En un mundo donde la salud se pone al servicio de las ganancias, de las grandes multinacionales, donde un hombre para otro hombre ya no es nada, yo os pediría, comunidad científica, que no calléis.

En un mundo donde la globalización sólo es para los ricos, sólo para ellos no hay fronteras, pero a los pobres no se les aplican las mismas medidas, aún sabiendo que eso evitaría muchas veces situaciones de miseria, yo os pido, queridos economistas, que no calléis.

Ante una realidad empresarial que ya no es una verdadera comunidad de hombres, sino que a veces se convierte en el lugar donde explotar el interés más espurio, yo, queridos docentes, os pido de verdad que no calléis.

En un mundo donde nuestras ciudades son cada vez más hostiles, donde no importa si la técnica está al servicio del hombre o el hombre al servicio de la técnica yo, queridos docentes, os pido que no calléis, porque sois vosotros los que tenéis que hablar, los que tenéis que interpelar a todos aquellos que hacen de la mentira y de la demagogia, sus armas aliadas.

Y estos son propósitos que os pido e intenciones que me gustaría que, al menos alguno de vosotros, pudiese albergar en el corazón. Sé de vuestra bondad y sé que muchos lo harán.

Y tocan las conmemoraciones. Quisiera transmitir mi sincero reconocimiento, tras cumplir diez años, a mis antecesores, muy especialmente Rafael Alcalá, Alfonso Ibáñez de Aldecoa y Abelardo Algora por el sueño que tuvo de esta Universidad, y a todas las personas que, estén o no estén con nosotros, han hecho un gran esfuerzo para que nuestra Universidad vaya tomando cuerpo. Mi recuerdo especial a todos los rectores de la Universidad, a su equipo de gobierno y a los profesores.

También mi conmemoración a los 70 años del CEU y la Universidad San Pablo-CEU es prolongación del mismo.

Debo conmemorar la venida a la Universidad San Pablo-CEU, después de más de treinta años en el Colegio Universitario, de la Licenciatura de Medicina que esperamos desarrollar junto con el Ministerio de Defensa y, muy especialmente, con el glorioso cuerpo de la Sanidad Militar.

Debemos enseñar indiscutiblemente una Medicina en la que la técnica y la ciencia estén al máximo nivel, donde la pedagogía alcance sus mayores niveles de eficiencia. Pero especialmente os pediría que forméis médicos, enfermeras, fisioterapeutas o podólogos que vean en el sufrimiento del enfermo, el rostro de Aquél que padeció por todos los hombres sin tener que hacerlo. Habréis hecho de esa forma, estoy convencido, la mejor Licenciatura de Medicina, en caso contrario de nada sirve -por muchas vanaglorias y excelencias- tenerla en esta institución.

Por último, después de los recuerdos, los propósitos y las conmemoraciones, las gracias, palabra de la que debemos estar siempre llenos. Gracias al Padre que nos permite estar aquí y que nos ha dado todo sin reclamarnos nada a cambio.

Gracias muy especiales en el día de hoy a nuestro Secretario de Estado, porque ha fallecido recientemente su padre y, junto a mi pésame y el de toda la comunidad educativa, quiero agradecerle de todo corazón que haya venido a presidirnos. Por supuesto, la gratitud por la justicia y objetividad que siempre ha brindado a esta institución.

Gracias a todas las autoridades que han venido confiando en nosotros y a la sociedad civil que, poco a poco, va apostando por las universidades de iniciativa social.

Gracias también, muy especiales, a los miembros del Patronato de la Universidad San Pablo-CEU por el esfuerzo que realizan y por la responsabilidad que asumen, para que vosotros en una universidad sin ánimo de lucro tengáis los medios necesarios para poder desarrollar con dignidad vuestra labor.

Deseo asimismo expresar mi agradecimiento a los miembros de la Asociación Católica de Propagandistas, comunidad de Iglesia, por apoyar y seguir apostando por esta institución; a los directivos de la Fundación en la persona de su Director General, por confiar en la Universidad San Pablo-CEU.

Gracias también al Rector, cuya confianza ha sido plenamente renovada por este Patronato, y que ha demostrado durante el tiempo en que estuvo de Rector Adjunto del magnífico Rector Pérez de Ayala como ahora, saber capitanear con prudencia -verdadera virtud de los gobernantes- esta Universidad. Gracias a la Junta de Gobierno, a la actual y a todos los miembros que han pasado por la misma.

Y gracias como siempre a vosotros, profesores, pieza esencial y clave de la Universidad. Sin profesores y sin alumnos, todo lo demás sobra. Todo lo demás podrá acompañar, pero quienes de verdad podéis crear una comunidad educativa, sois vosotros. Y si conseguimos educar personas cuyo paso por esta universidad les forme desde el punto de vista profesional y humano, nuestra enhorabuena la tendréis siempre, y estoy convencido de que existirá una gratitud permanente por la labor realizada.

Gracias como siempre a los padres y a los alumnos por confiar en esta institución y hoy, permitidme como siempre, que pida a la Virgen y muy especialmente bajo la advocación de nuestra Señora de la Merced, por todos nosotros, para que nos ampare y proteja.

Muchas gracias.

Alfonso Coronel de Palma y Martínez-Agulló
Gran Canciller de la Universidad San Pablo-CEU